martes, 5 de julio de 2022

LA TRANSICIÓN

 Por Daniel Quineche Meza

Lima, 05 de julio de 2022

Aunque desconozco cuando mis padres se pondrían de acuerdo sobre de que había llegado el momento de yo fuera a la escuela, el hecho es que a los cinco años ya estaba asistiendo a una escuela pequeña, la escuelita de la “Señorita Aponte”, a cuatro cuadras de mi casa y con un cuaderno, un lápiz y un borrador de goma dentro de una bolsa de tela tocuyo que había confeccionado mi mamita Chela. Había empezado para mi la transición, la transición de mi hogar a la escuela. 

En la década de los cincuenta, en el Perú, la educación regular empezaba a los 6 años con la primaria. Sin embargo, había maestros, sobre todo maestras de vocación, que brindaban una preparación pre escolar, que todos llamaban “transición”. Allí se aprendía a reconocer las letras del abecedario y a escribirlas, mejor dicho, a dibujarlas de manera repetitiva llenando muchas hojas del cuaderno. También se aprendía a contar y reconocer su representación. El juego consistía en contar hasta 10, 20, 50, 100…. Otra vez, se llenaban las hojas del cuaderno con los números de manera repetitiva. Por esos tiempos, aprender no era otra cosa que memorizar y la mejor manera de hacerlo era repitiendo muchas veces, ya sea hablando o escribiendo en el cuaderno. De vez en cuando la maestra daba el día del dibujo libre y, por lo general, era para dibujar a los animales de la casa. 

Esta escuela nunca tuvo valor “oficial”, pero sí un alto valor “social” en la comunidad huachana, particularmente en el barrio de pescadores. La señorita Aponte no se limitaba a instruir en la escuela, la que en realidad era su casa, sino que también conversaba con los padres de familia sobre las habilidades propias de sus hijos, así como sobre sus progresos y dificultades, y sobre todo su conducta, entendida esta como la relación entre los niños y niñas en la escuela. 

Esta experiencia se repitió por dos años. Por mi parte, esta transición, me permitió conocer a nuevos amigos y especialmente a amiguitas, a quiénes nos gustaba corretearlas al final de la jornada diaria. Aún me pregunto ¿por qué y para qué lo hacíamos? No tengo respuesta alguna.


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