Daniel Quineche Meza
Lima, 25 de julio de 2022
En los
primeros años de la Primaria me sentía bien como un alumno regular pues así lo
consideraba mi maestra. En cuarto año, la novedad fue que los alumnos eran
clasificados según su rendimiento en los exámenes. El aula se dividía en cuatro
grupos: El grupo A de excelencia, el grupo B de los buenos, el grupo C de los
regulares y el grupo D de los peores. Cada bimestre el maestro hacía la
clasificación y los alumnos se distribuían entre los cuatro grupos. Ese año me
di cuenta de que tenía cierto potencial para los estudios y así en el primer
semestre ocupé la tercera carpeta del grupo A, sitial que pude mantener durante
todo el año escolar.
Sin embargo,
ese cuarto año fue también el de una experiencia traumática. Imperaba la ley
fáctica de “la letra con sangre entra”. El maestro tenía una vara, de palo de
escoba, de unos 30 cm, con la que castigaba en la palma de las manos cuando no
se respondía adecuadamente a sus preguntas o no se hacían los ejercicios o
tareas que mandaba. Los que incurríamos en falta, formados en columna
recibíamos el castigo que merecíamos. Algunos terminábamos con las manos
moradas y presto nos íbamos al baño a ponerlas sobre la lozas húmedas y frías
en busca de un alivio. Si alguno se quejaba a sus padres, éstos se acercaban
donde el maestro y le pedían que lo castigara más para que aprendiera a ser
responsable y un buen estudiante.
El quinto año fue distinto. La ley de “la letra con sangre entra” empezó a declinar, aunque la prohibición definitiva del uso del castigo físico contra los niños, niñas y adolescentes, recién se estableció en el país en el 2015 por ley N° 30403). El nuevo maestro cambió el trato a los estudiantes, mostrando mayor preocupación por aquellos que tenían más dificultades para aprender. Promovió relaciones de solidaridad entre todos los compañeros del aula, sobre todo cuando salían a trabajos de estudio en el campo. La playa, la campiña, el parque infantil y el campo deportivo fueron otros escenarios donde se podía aprender muchas cosas, además de permitirnos el cultivo de muchas amistades que aún perduran en las décadas posteriores.
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