miércoles, 19 de octubre de 2022

DE LA EDUCACION FÍSICA A LA ALFABETIZACIÓN FÍSICA

Daniel Quineche Meza

Lima, 19/10/2022

En la primaria, cada profesor de aula disponía de unas horas a la semana para la Educación Física, mejor, “recreación física”. Nos llevaban al Parque Infantil para que practicáramos diversos juegos por iniciativa propia. El juego dominante era el fútbol, pero propio de los más “habilidosos”. El resto, practicaba otros juegos en pequeños grupos como “A las escondidas”, “A la pega”, etc.

La Educación Física como disciplina la experimentamos en la secundaria. Mi promoción tuvo tres experiencias distintas en este campo. La primera, se practicaba en la playa, con carreras y fútbol.  ¿Qué aprendí? Mis limitaciones físicas, una mala pisada y zas luxación de los tobillos, dolor e hinchazón, llegaba a casa cojeando. El “huesero” del barrio con un masaje, con aceite y hierbas raras, y fuertes estirones ponía los huesos en su lugar, trincada y descanso por unos días, y listo para volver al colegio.

La segunda, ejercicios dirigidos en la loza de cemento de un local deportivo cercano al colegio, bajo el sonido del silbato y la atenta mirada del profesor. Además del fulbito introdujo la práctica del básquetbol, que era su pasión. Sin embargo, una mañana ¡sorpresa!, el profesor ordenó bajarnos los shorts y los calzoncillos, disque para revisar la higiene del cuerpo. A partir de que algunos compañeros presentaban vellosidad en los genitales nos reprendió a todos diciendo que la masturbación era mala para la salud y la mente. ¿Qué aprendí? Se acrecentaron mis dudas y perjuicios sobre lo que ocurría en mi cuerpo de adolescente; ni el colegio ni mi hogar pudieron darme respuestas satisfactorias, sólo censura.

La tercera, la práctica de gimnasia y el atletismo, favorecidas porque el colegio ya contaba con un campo deportivo. El profesor seleccionó a los estudiantes, según sus habilidades, para la práctica de alguna disciplina atlética (saltos, carreras, lanzamientos), y deportes (fútbol, básquetbol). Eso sí, todos participábamos en el drill gimnástico. ¿Qué aprendí? Conociendo mis límites físicos, me dediqué a la gimnasia, a la que sumé la tensión dinámica, la que practico hasta el presente.

En la actualidad, la velocidad del cambio en la sociedad (impulsada más por la pandemia) refuerza el cambio de paradigma en la educación de modo que el estudiante que aprende se sitúa en el centro del proceso educativo. Este cambio en la Educación Física, por consiguiente, está condicionado por las características y necesidades de los estudiantes y por la valoración de la práctica de la actividad físico-deportiva en la sociedad.

La valoración de esta actividad se asocia a dos conceptos emergentes: salud sana y vida físicamente activa a lo largo de la vida (Whitehead, 2012). Para la práctica docente, esto implica concebir la práctica física como medio para la creación de hábitos perdurables y como un factor de prevención y promoción en la salud de la persona (Haerens et al, 2011). Se entiende “salud sana” como un completo bienestar físico, mental y social (OMS). Una persona saludable es consciente de sus capacidades y limitaciones y de conformidad con su imagen corporal, y asume la actividad física como un medio para favorecer su equilibrio personal y mejorar la relación con su entorno.

Si la competencia se entiende como la capacidad a desarrollar y el estándar como el medio para valorar su grado de adquisición, no se trata de enseñar alguna disciplina gimnástica o deportiva, sino de enseñar aquello que permita a los estudiantes: “a)  Comprender la importancia del ejercicio físico para su salud física (sentirse bien consigo mismo, aceptar sus capacidades y posibilidades), mental y emocional (como medio de liberación, de regulación de tensiones) y social (de relación, disfrute y uso del tiempo libre), b) Realizar una actividad adecuada a sus gustos, capacidades e intereses personales, y c) Planificar su propia actividad, dentro y fuera del centro, conforme a la experiencia adquirida y a las expectativas personales.” (J. Coterón. 2019)

domingo, 9 de octubre de 2022

MI PRIMERA EXPERIENCIA DE ESTAR A LA CABEZA

Daniel Quineche Meza

Lima 9/10/2022

Corría el primer bimestre del primer año y de repente el Auxiliar me llama a un aparte y dice que me ha elegido brigadier del aula. Según sus palabras, el brigadier cumplía la función de apoyo al Auxiliar en el control de la asistencia diaria y de la disciplina (comportamiento) de los alumnos en el aula, y también de apoyo al profesor durante las clases, alcanzarle la mota y las tizas. Como no se daban pautas más precisas para cumplir con esta función, el resto tuve que aprenderlas en la práctica cotidiana.

Los problemas observados en las escuelas relativos al comportamiento de los estudiantes, por ese entonces, fueron tratados mediante el control y la represión o castigo. El control se refería a dar cuenta precisa a la autoridad escolar de quién o quiénes mostraban esa “mala” conducta; lo que obligaba a ampliar el campo de detección con el auxilio de los mismos escolares como el brigadier de aula y, de esta manera, la autoridad escolar podía imponer la sanción correspondiente. Se esperaba que, con esta medida, basada en el miedo al castigo, incluso físico, obligaría a los estudiantes a cambiar su conducta ajustándose a las normas de la escuela.

Detrás de esta medida disciplinaria estaba el supuesto de que la escuela era un centro similar a un cuartel policíaco-militar (Foucault, 1975, dice: El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades: pero les dio un subsuelo profundo y sólido — la sociedad disciplinaría de la que seguimos dependiendo). En la actualidad, esta concepción se viene dejando de lado asumiendo que es preferible el fortalecimiento de las conductas adecuadas antes que la represión y castigo de las conductas inapropiadas. Así, la disciplina escolar hoy se entiende como el conjunto de normas que regulan la convivencia en la escuela. El “reglamento interno”, que regula el comportamiento exclusivo de los estudiantes, está dando paso al “Manual de convivencia”, que establece normas que contribuyan a la convivencia de todos los que conforman la escuela (Márquez y colab. 2007)

Esta experiencia de brigadier, en lo personal, la aproveché para el fortalecimiento de mi persona pues puse mayor empeño en los estudios, lo que me llevó a ocupar el primer puesto, con diploma incluido, ese primer año de la secundaria.