Por Daniel Quineche Meza
1 de mayo de 2024
Hasta el
segundo de secundaria el aprendizaje de matemáticas fue una tarea de rutina.
Pero, en el tercer año el álgebra se convirtió en un reto interesante que me
llevó a disciplinarme en la resolución de todos los ejercicios que planteaba tanto
el profesor como los que aparecían en el texto escolar. También me atreví a
resolver los ejercicios y problemas planteados en los libros de Baldor, gracias
al préstamo de un amigo. Esta nueva práctica me llevó a obtener la más alta
calificación en el curso de geometría del cuarto año, así como también por
arrastre en todos los demás cursos, con excepción de Música en un bimestre, siendo
reconocido como uno de los mejores estudiantes. En el curso de quinto año, el
aprendizaje sólo fue una extensión de lo logrado. Fui reconocido con diploma y
medalla de plata por el mérito alcanzado este año. Sin embargo, la pregunta que
no tenía respuesta para mí era ¿qué tanto de lo aprendido en matemática con
disciplina y esfuerzo lo voy a usar para resolver los problemas que se presentarán
en la vida más adelante?
Han pasado
los años y parece que el tiempo se ha detenido. Una mirada a lo que viene
sucediendo en las instituciones educativas nos muestra que los estudiantes siguen
enfrentando una lista de ejercicios y “problemas” que se resuelven aplicando
ciertas fórmulas y procedimientos de manera mecánica sin llegar a entender el
sentido de lo que hacen. Esta situación ha empeorado con la pandemia que obligó
a la virtualización de la enseñanza, implantada sin ninguna preparación. La
evaluación del MED del 2021, aplicada a los estudiantes del segundo año de
secundaria muestra que sólo el 28% en promedio obtuvo un rendimiento
satisfactorio. Los resultados de PISA 2022 indican que el 33,8 % (5,9 puntos
porcentuales menos que en 2018) superan la línea de base en el desarrollo de
las competencias en matemáticas. Sin embargo, cabe destacar que a medida que
mejora la situación socio económica ese porcentaje se duplica. Los bajos
resultados en las pruebas nacionales e internacionales señalan que un buen
porcentaje de los estudiantes egresarán de la secundaria sin la preparación
necesaria para resolver problemas de complejidad mediana.
No es
suficiente el cambio de orientación del currículo hacia el logro de
competencias si no se fortalece a todos los profesores con formación continua,
recursos y mejores condiciones laborales. La orientación competencial debería
implicar el trabajo en el aula con problemas más desafiantes e interesantes
para los estudiantes, más cercanos a los que van a encontrar en sus vidas y que
no se resuelven aplicando procedimientos ni fórmulas conocidas. El profesor
debería crear más oportunidades de aprendizaje en el aula planteando problemas
que inviten a los estudiantes a interactuar entre ellos, al trabajo en pequeños
grupos, a desarrollar sus propios significados y buscar sus propios
procedimientos y métodos de solución, a usar materiales manipulables que les
motive a razonar, a discutir entre todos los avances y logros que van hallando,
ejerciendo la crítica y autocrítica. Estas situaciones problemas extraídas de
contextos reales también implican un trabajo interdisciplinario con las otras
áreas curriculares. (Grouws y Cebulla, 2000)
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