Por Daniel Quineche Meza
Lima, 19 de mayo de 2024.
Un accidente con agua hirviendo me quemó el empeine
del pie y se complicó con una intoxicación química dando lugar a una dermatitis
que duró muchos meses para curar. Ello fue un impedimento para la ejecución de
las actividades físicas en el colegio durante el segundo año de la secundaria.
Por influencia de unos amigos me animé a buscar un cupo en la Banda de Músicos
de la GUE Luis Fabio Xammar. Aprendí a tocar un instrumento de viento del área
de bajos, el bombardón, y a leer música en el pentagrama. Los ensayos eran
diarios al final de la tarde y el sábado al final de la mañana. De tanto ensayo
logramos memorizar las partituras de marchas militares (para los desfiles
escolares) y algunos temas musicales como los pasodobles (para las corridas de
toro).
Este aprendizaje en la práctica distaba mucho de lo
que se enseñaba en la asignatura de Música que llevamos los cinco años de
secundaria teniendo como referente el texto escolar de Esteban Escobedo Acuña
que se ajustaba al plan de estudio que consistía en una historia de la música
“culta” de Europa. Tan teórica y memorística fue su enseñanza que en un
semestre del cuarto año lo desaprobé. El problema principal de la enseñanza de
la música fue sólo contar como maestros a personas con formación musical, pero sin
formación pedagógica. A fines de la década de los sesenta, la asignatura de
Música pasó a formar parte de lo que la revolución educativa de Velazco llamó Educación
por el Arte.
Hoy, gracias a YouTube, puedo conocer y disfrutar de lo
mejor de la música clásica, obra musical de Beethoven, Mozart, Bach, Vivaldi,
Tchaikovsky, Paganini, Chopin y muchos más.
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