Por Daniel Quineche Meza
05 de enero de 2021
La OMS calificó, el 11 de marzo de 2020, el brote del COVID-19 como una pandemia al haberse extendido en más de cien países del mundo de manera simultánea. ¿Estuvimos preparados? ¿Reaccionamos con prontitud? ¿Tuvimos capacidades para hacer el seguimiento? ¿Nuestro sistema de CyT aprendió a caminar junto a los esfuerzos por contener y salir de esta crisis?
El 15 de marzo, el gobierno del Perú decretó el estado de emergencia nacional y dispuso el aislamiento social obligatorio (cuarentena) y el cierre de fronteras y ¿qué más?
Al término de 2020, miramos retrospectivamente y reconocemos que el momento más crítico de contagios se vivió entre los meses de mayo a septiembre, siendo el pico más alto en agosto (Gráfico 1 y 2). Se incrementaron los enfermos entre junio y agosto y el sistema de salud mostró sus grandes falencias de atención: camas UCI, respiradores mecánicos, oxígeno, etc. (Gráfico 3) En julio y agosto se dio el pico más alto de fallecidos (Gráfico 4).
En octubre y noviembre se observó un descenso de las curvas de contagios, enfermos y fallecidos; pero en diciembre estas curvas empezaron a elevarse de manera leve. Este hecho ha despertado otra vez las alarmas para controlar que una segunda ola no se dispare, pues el país aún no cuenta con las vacunas, que sí ya están aplicando en los países vecinos, y los servicios hospitalarios aún son deficientes.
Ahora, se trata de mirar hacia adelante. En el corto plazo, toda la población debe seguir con el lavado de manos, el uso de tapa boca, distancia física y evitar permanecer en sitios cerrados por mucho tiempo. Es tiempo de reforzar nuestra paciencia, ser disciplinados y obrar con solidaridad. Y, sobre todo, exigir a los gobernantes de turno que su papel no es sacar provecho para sus intereses personales o de grupo, sino para llevar adelante políticas que beneficien a la población en general y particularmente a los más vulnerables.
En el largo plazo, las políticas
públicas deben tener como eje la salud de la población y la preservación del
ambiente, educación y economía deben actuar de manera interrelacionada. El mercado
es sólo un mecanismo de relaciones, pero no el eje del modelo societal.
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