Daniel Quineche Meza
Lima, 16 de agosto de 2022
La matrícula
en la Secundaria fue sólo un trámite porque mi buen rendimiento escolar de la
Primaria así lo ameritaba. Ahora era alumno de la GUE Luis Fabio Xammar,
colegio de gran prestigio en la localidad.
Sin embargo, de GUE sólo tenía ese nombre porque la realidad era que carecía de un local escolar propio y recibía a los alumnos hasta en dos casas adaptadas para esa función (en las calles, Bolívar y Alfonso Ugarte, respectivamente). Creo que las autoridades locales pidieron esa designación con la esperanza de que le construyan un local escolar decente (Mediante el Decreto Supremo Nº 66, de 11 de diciembre de 1963, el colegio fue elevado a la categoría de Gran Unidad Escolar), aspiración que se alcanzó recién unos años más adelante.
El terremoto
del 17 de octubre de 1966, que en Huacho tuvo una intensidad de VIII (Escala de
Mercalli), puso en evidencia las fallas estructurales del recién estrenado
local del Xammar en la Panamericana Norte. Ese año las secciones de tercero, cuarto
y quinto año habíamos ocupado ese “moderno” local de dos pisos. Gracias a que
ese día la dirección del plantel nos había concedido un “Día libre” (asueto) en
reconocimiento de que el equipo de fútbol logró el campeonato escolar local, cientos
de estudiantes salvamos la vida. Después del sismo, que ocurrió a las 4:40 de
la tarde, contemplamos absortos la destrucción casi completa del edificio. El
tanque de agua había caído sobre las aulas de quinto año, con el peso de la
segunda planta, las grandes ventanas del primer piso se habían doblado y los vidrios
volados como balas, las escaleras destruidas, las columnas y paredes se desmoronaban como arena. Este local fue declarado inhabitable.
El resto del
año escolar de cuarto y el siguiente, quinto, lo terminamos en aulas
prefabricadas, levantadas en el campo deportivo.
Aún hoy, es
muy difícil librarse de los actos corruptos que envuelven a la construcción de
locales escolares en el Perú por parte del Estado.