domingo, 6 de junio de 2010

EL ROL DEL PROFESOR EN LOS PROCESOS DE CAMBIO DE LA EDUCACIÓN


Todos somos conscientes, en mayor o menor medida, que la calidad de la educación que promovemos en nuestras escuelas, principalmente las públicas, no es de lo mejor. De allí las constantes críticas que se nos plantean en diversos foros, seminarios y congresos y que los medios de comunicación social se encargan de difundir.

Si los jóvenes no consiguen trabajo, es por que la escuela no los prepara para el trabajo; si los jóvenes forman pandillas agresivas y violentas, es porque en las escuelas no se enseñan valores ni derechos humanos; si los jóvenes se suicidan, es por que en las escuelas no se les atiende psicológicamente; si los jóvenes se drogan es por que las escuelas no hacen prevención alguna; o si las jóvenes salen embarazadas, es porque las escuelas no enseñan educación sexual; si pierde la selección peruana de fútbol, es porque en las escuelas no se impulsa la práctica del deporte base. Como se puede apreciar el rosario de insatisfacciones respecto a la escuela es interminable.

Según P. H. Coombs (1967), la crisis educativa actual tiene una dimensión mundial, hecho inédito en la historia de la humanidad y se nutre de ella, como una consecuencia de la evolución misma de la civilización. La crisis educativa mundial es, en esencia, una crisis de creciente desadaptación entre los sistemas educativos heredados y el mundo rápidamente cambiante de nuestro alrededor. Como una reacción a estos planteamientos, generalmente aceptados, las escuelas y aún más los analistas que miran hacia ellas, han propuestos múltiples modelos de calidad para la educación.

Sin embargo, el verdadero problema educativo gira en torno al profesor. Es este quien tiene el poder de hacer funcionar la maquinaria de la estrategia local, regional y nacional, cualquiera que ésta sea, con su accionar diario en el aula.

Esto que parece simple no lo es. Crosby (1987), un influyente pensador de la calidad, nos dice: “La calidad no cuesta. No es un regalo, pero es gratuita.” El problema real es generalmente enmascarado en la falacia de la “falta de recursos”, los cuales por lo general son escasos y nos invita a esperar que eso suceda para iniciar la mejora. Sin embargo, mas recursos no se convierten “automáticamente” en mejora educativa. El salto que hace falta es cómo el profesor puede poner en marcha la estrategia educativa y, esto tiene que ver con un cambio de actitud y de sus convicciones.

El profesor desempeña su labor en un escenario organizacional que es la escuela. En ella, hoy no es raro que el trabajo se inicie proponiendo y debatiendo sobre la visión de la misma. Sin embargo, todos andan como esperando que después de su esfuerzo notable para definirlas, la visión se traduzca en realidades educativas, así nada más. El poder más importante de una visión es lo que nos “hace hacer”. Sin acción, no tiene relevancia una visión. El profesor es estratégico porque hace. Construye, elabora y edifica a través de acciones. Su esencia está en la acción, y en consecuencia es el vehículo capaz de materializar la visión en el aula. La acción puede contener a la visión completa, y es posible sostenerla por evidencia práctica. De aquí que si la acción en el aula es capaz de incorporar la visión educativa completa, aplicar herramientas de mejora continua de la acción es al menos deseable y, en su último sentido, un acto responsable.

Desde este punto de vista, la calidad de un profesor es un camino hacia el interior, no hacia el exterior de la persona; en consecuencia, lo más importante es la experiencia de la propia persona, sus reflexiones e inquietudes, así como sus convicciones acerca de la necesidad de mejorar.

Un estudio realizado por UNESCO en México, Chile, India y Guinea llegó a la conclusión de que los buenos profesores se distinguen de los malos por las siguientes características:
- Asisten con regularidad a clases, son puntuales.
- Utilizan planes de trabajo y preparan sus clases con anterioridad.
- Tienen un estilo activo de enseñanza.
- Asignan tareas para hacer en casa y les da corrección individual.
- Dan cuenta de sus resultados a los padres de familia.
- Trabajan en escuelas que cuentan con controles y apoyos a la enseñanza.

Sin lugar a dudas que este tipo de profesores han llegado a su profesión guiados por una auténtica vocación de servicio y forjan en sus estudiantes actitudes y valores positivos.

Sin embargo, también ejercen la profesión aquellos que llegaron a la carrera por algún otro tipo de interés diferente de la vocación. Estos últimos siguen un camino de frustraciones que impactan negativamente en sus estudiantes. Indudablemente que estos profesores no pueden ser invitados a dejar las aulas. Por el contrario, hay la necesidad imperiosa de despertar en ellos los sentimientos de una vocación hasta el momento invisible.


De allí que para emprender procesos de cambio en la educación se requiere abrir espacios donde los profesores vivencien la necesidad de que el cambio empieza en ellos mismos: afirmando su vocación y cambiando de actitud hacia el aprendizaje de nuevos caminos para mejorar y hacer más eficaz su práctica docente.